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A veces
la noche se me mete dentro y me oscurece,
me inunda de sangre negra y barro denso,
me reseca la carne y resquebraja,
y me retuerce hasta romperme.
A veces
me roba la noche las palabras y condena
la puerta de los nombres,
me amordaza llenándome la boca de silencios
y cercena mis manos con el borde afilado del olvido.
A veces
la noche se lleva mi luz y mi mirada;
me deja sentado sobre el suelo,
acurrucado entre mis brazos y aterido;
a veces la noche no recuerda que hay un niño
escondido en un rincón de cada hombre
y que ese niño a veces siente miedo,
mucho miedo.
Enrique Ramos
jueves, 25 de octubre de 2007
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