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Están cargados los árboles de hojas
y la tierra respira
agua fresca y musgo verde.
Más allá del horizonte,
donde los ojos entornados ya no llegan,
una montaña enorme y un azul gigante
nos separan, y una noche profunda y oscura,
silenciosa y opaca,
lo abarca todo,
lo cubre todo,
lo turba todo, omnipotente.
La grama aquí sigue creciendo
y la genista esparce su amarillo por lomas
y praderas,
y verdean los trigales
acariciados por el viento en la solana,
y grajea un cuervo, despreocupado, a lo lejos.
Más allá del horizonte y la montaña,
más allá de ese mar inabarcable,
el otoño está tiñendo de ocre y rojo
cada palmo de tu tierra,
cada gota de tu río,
cada arruga en tu semblante,
y está aventando sentimientos
aquí y allá,
con tanta fuerza.
Es de noche, noche apagada,
y estoy pensando
que aunque nunca veremos juntas las estrellas
de tu tierra y de mi orilla,
siempre veremos cerca,
tan cerca,
ese cielo de otoño y primavera
que cubre nuestra frente.
Enrique Ramos
miércoles, 24 de octubre de 2007
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