viernes, 27 de junio de 2008

INFINITA


Ayer
se estremecía la lluvia entre tus manos
y tus hojas caían en la sombra del otoño
estéril, desolado, de tus ojos en la noche;
arrastrabas umbríos pensamientos
como cadenas de un fantasma ajeno, y el calvario
en que anotabas cada día negro las afrentas
de un poeta en tu amor imaginado: cada cruz,
un nuevo estigma que en tu frente pura se marcaba
como un poema escrito con ponzoña
sobre la piel sedienta de tu rostro.

Pero hoy
la luz se ha derramado entre tus dedos
y has abierto tus ojos de Juno, acicalados:
la lluvia es incapaz de atravesarte la mirada
y no hay sonata triste que consiga
enturbiar la alegría de tus labios y aplacar,
ni siquiera un instante,
la fuerza incontenible de tus versos;
terminó la tormenta, y esa angustia,
ese miedo a volar sobre el abismo
que ayer te consumían,
hoy solo son recuerdos, nubes grises, pasajeras,
que el viento se ha llevado. Vuelve a sonar sereno
el sonido tranquilo de la lluvia, y en la calle,
lentamente, se acallan, sin remedio, los gritos
de esta noche infinita.

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