sábado, 7 de noviembre de 2009

MUERTE SÚBITA

A veces
ella viene a mi encuentro, muy despacio,
como si hubiéramos quedado en una cita,
sonríe con dulzura sin pronunciar palabra
-ya sabes como es ella, tan callada, tan discreta,
tan preocupada por pasar sin ruido,
inadvertida, entre la gente-
y me acaricia la mejilla mirándome a los ojos,
me devora los labios con sus labios
y desata en mis venas
todos los animales que he encerrado sin saberlo,

y yo,

que soy un hombre temeroso que conoce,
perfectísimamente, la manera en que las gasta
determinado tipo de mujeres,
porque soy débil me abandono
en sus brazos, gozando como un niño,
y me dejo embaucar entre sus pechos como un hombre,
y a veces, ciertas veces, Dios lo sabe,
me quisiera morir
de placer en su vientre.

Pero ella, putón, mala hembra, lagarta,
casquivana y traidora,
cada vez que me encuentra me subyuga, me envenena,
me enloquece hasta el borde del infarto
y luego me abandona, tirado en una esquina,
para marcharse alegremente
con un tipo de Alhama de Granada, por ejemplo,
al que dice con voz de matarife
que va a matarle

de amor.

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