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La luz se funde en la tibieza del ocaso,
y un intenso azul postrero se hunde en la penumbra;
las hojas de los árboles repliegan, lentamente,
se esconde el agua de la lluvia
en los huecos sinuosos de las piedras, y en la tierra
germina un pensamiento, quizá sin dueño.
Pero más allá de las palabras,
de la luz y del ocaso,
más allá del agua y la penumbra,
más allá de la tierra la carne se revuelve,
y el alma de un hombre desespera;
el pecho se le rompe en dos mitades
y la voz se le entrecorta,
y se le achica la garganta cuando grita,
mirando al cielo con los brazos levantados,
que la quiere como nunca hubo querido...
y me lo dice en secreto,
y en silencio.
Enrique Ramos
miércoles, 24 de octubre de 2007
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