viernes, 19 de octubre de 2007
MALDITA SEA
Silbó la soga al resbalar
violentamente entre sus manos,
y sonó después un golpe oscuro,
como de hachazo, como de cielo roto,
como de tronco frágil abatido:
aldabonazo sordo de la muerte que aún retumba
en la frente dormida de estos hombres;
y luego cuatro chasquidos breves
que me helaron,
y tierra sobre el vientre y sobre el pecho;
tierra sobre la boca y en la garganta enmudecida,
tierra sobre la lengua, y en el alma tierra
que aún recuerdo resonando como un eco entre los dientes.
Yo te dije:
mírame,
y tú
te ensimismaste
recordando algunos sueños nuestros incumplidos,
algunos besos míos nunca dados,
y unas pocas palabras rotas
nunca,
nunca pronunciadas.
Yo te dije:
mírame,
y tú...
tú
bajaste aquellos ojos
profundos hasta el suelo,
y teñiste de azul con tu mirada
el último puñado
de tierra que en la calma de la tarde
dejaste reposar sobre mi cuerpo.
Descanse en paz,
te oí decir,
y no pude mirarte.
Maldita sea.
.
Enrique Ramos
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