sábado, 4 de julio de 2009

En Varanasi (II)

Ya todo ha terminado.
Se hunden bajo el limo
los restos de la pira funeraria
y una estrecha columna de humo blanco
se eleva lentamente,
endulzando el olor del aire denso.
Un barbero te afeita la cabeza
y cantas entre dientes
un mantra improvisado.

Cuando alguien te acerque
entre sus manos mis cenizas
tan solo tendrás

que soplar.

En Varanasi

Te escribo estas palabras
desde mi tumba,
ahumando el cielo azul de Varanasi
mientras quemo despacio mis últimos recuerdos.

Yo me sumo en la nada, pero tú
tranquilamente te entretienes
mirándote las uñas mientras cuentas
los minutos que tardo en hundirme en el lodo,
tan ajena al olor de la carne quemada,
tan ajena al dolor de los huesos quebrados,
tan ajena al color de la sangre vertida,
que no te has dado cuenta de que también navegas
en un barco de arena que naufraga.
Te pintas el contorno de los labios
con una fina raya de ceniza de los muertos,
repasas cuidadosa la sombra de tus párpados,
y perfilas la máscara que oculta
las cuencas hueras de tus ojos,
al tiempo que las ratas te observan y se apartan
huyendo de tu lado, porque temen
a la muerte que siempre te acompaña.

Cuando olvides mi rostro,
recordarán mi imagen
tus manos extraviadas y tus dedos,
perdidos en la noche.
Puedes hundirte, si tú quieres
en las fétidas aguas de este río,
arrastrarme contigo hasta su lecho y olvidarme,
y yo,
decapitado, seguiré
vagando entre las sombras de tu pecho,
mi cuerpo huérfano de ti,
mis brazos abatidos,
mis piernas cercenadas,
y asistiré contigo, de tu mano,
a la fiesta macabra de nuestro crematorio

en Varanasi.